Tel Aviv

Considerada globalmente, Tel Aviv semeja un cruce entre cualquier población de la costa mediterránea española y ciertos barrios de países del antiguo bloque comunista.

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Panorámica de la ciudad © Joaquim Pisa

 

En Tel Aviv hay un núcleo antiguo construido a primeros del siglo XX –la ciudad del sueño igualitario, socialista-, integrado por casas blancas y bajas con jardincillos polvorientos y cierto aire de abandono. Las calles arden en el silencio de un ferragosto verdaderamente meridional.

Algunas calles más modernas tienen cierto aire soviético, y por todos lados se ve mucho cemento y poca pintura. Hay edificios, singularmente los grandes almacenes y supermercados, cuya arquitectura y disposición recuerdan sus correspondientes de Moscú o cualquier otra capital similar.

Y sin embargo los teléfonos públicos funcionan con tarjeta y todo el mundo habla por telefóno móvil -especialmente las mujeres-, algo casi desconocido en la España de ése año. Tel Aviv es una ciudad “europea”, poblada exclusivamente por judíos. Se nota en las calles, pero se nota sobre todo en el interior de los establecimientos públicos.

En este agosto recalentado, la Colina de la Primavera -eso es lo que significa Tel Aviv-, es una ciudad perezosa y tranquila a pesar de los turistas que la invaden. De la mañana a la tarde todo el mundo está en la playa, ocupando la larga cinta de arena abierta al Mediterráneo y ceñida por un Paseo Marítimo sorprendentemente parecido al de Barcelona. Israelíes y

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Edificios junto al Paseo Marítimo © Joaquim Pisa

extranjeros se tuestan al sol sin mayores precauciones aparentes de seguridad. Las fachadas de hoteles pertenecientes a las principales cadenas norteamericanas se abren hacia el mar, mientras en los chiringuitos .a pie de playa los altavoces difunden la misma música de moda que suena este verano en mi ciudad, a miles de kilómetros de aquí.

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Tel Aviv desde Jaffa © Joaquim Pisa

Por todas partes hay bellísimas muchachas de piel oscurecida por el sol, descendientes sin duda de aquellas que cantara Salomón. Caminan por la playa con movimientos lentos y algo balanceados; comprendo de golpe la exactitud de la imagen poética “camina como

una gacela”. Sonríen con distancia al extranjero y lo miden con la mirada de igual a igual. Se las ve resueltas y seguras de sí mismas.

La noche no ofrece mucha originalidad. En el Paseo Marítimo una drogadicta, muy joven pero ya destrozada físicamente, ofrece sus servicios casi a gritos, desesperada por conseguir con qué pagarse una dosis. Más adelante me meto por curiosidad en una especie de bar musical que resulta ser un club nocturno con chicas filipinas aguardando clientes, vigiladas de cerca por unos cuantos gángsters de aspecto muy duro. Mientras me bebo una cerveza contemplo la decoración del local, que entre otros elementos incluye una especie de hucha para recoger donativos con destino a los “veteranos del Líbano”; no puedo evitar recordar ciertos bares del País Vasco donde también se recogen donativos más o menos espontáneos para otros “veteranos”.

Como descubriré más tarde, a los judíos israelíes les encanta conversar, aunque en Tel Aviv sólo consigo charlar con judíos llegados de la Diáspora: un marsellés que regenta un pequeño restaurante popular y que muere de nostalgia por su Francia aunque lleva décadas en Israel, y una joven argentina que residió en España y está determinada a irse a Barcelona en cuanto reúna un poco de dinero y encuentre el modo de dejar a su novio “sabra” (como se llama a los nacidos en Israel).

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